La Melesca

CEVERINO PINTA SU ALDEA

Creador de mundos, personas y paisajes, Alfredo Ceverino repasa fragmentos de su intensa producción. Un artista que parte del asombro y se deja atravesar por la línea y el color con la convicción de que el arte es la única forma de “aclarar el aire”

 

por ANDREA CALDERÓN *

El hombre toma el sombrero marrón de su padre para las fotos y elige una silla blanca de totora antes de cebar el primer mate y acariciar a Bruma, una gata insaciable de comida.

En la puerta de su casa de Las Heras, duerme la siesta Indio, el perro callejero que hace un tiempo adoptó. Entre la vivienda y el taller, un patio habitado por doce esculturas de hierro que superan los dos metros de altura, un proyecto en el que trabaja desde hace cuatro años y del que prefiere no dar muchos detalles porque así se lo pidieron.

El 15 de setiembre, Alfredo cumplió 75 años y hubo una gran fiesta en su honor, incluida la colocación de una placa en su nombre. La calle Drago de Godoy Cruz, (donde se ubicaba el Espacio de Arte Ceverino – La Casa Naranja) fue el punto de encuentro para una reunión por la que pasaron músicos (su hija Ini, Pocho Sosa, Marcelino Azaguate o Tilín Orozco), bailarines de folclore, Violeta -su compañera de vida-, vecinos y familiares amados.

La fecha de su próxima muestra (17 de octubre) es también importante para él, un peronista por convicción que acepta las diferencias. “En su momento también hice públicos los logros del Viti Fayad, porque el tipo reaccionó en una época donde se rifaba todo, donde se quería privatizar el Museo Fader o el Teatro Independencia. Qué me importa a mí a qué partido pertenezca una persona cuando hay cosas que están en juego”, dice.

Alfredo Ceverino sería ¿jugador de fútbol? si no fuera porque el director técnico de su equipo y maestro de dibujo en la escuela Juan Gregorio Las Heras, César Vega, le insistió para que cursara sus estudios en la Academia Provincial de Bellas Artes.

Allá fue a parar el joven nacido al norte del Zanjón de los Ciruelos, que en su intento por zafar del servicio militar indagó en el arte y más tarde en la docencia como profesor de Pintura.

Con el tiempo acumuló reconocimientos, premios, menciones, viajes por Europa y Latinoamérica, más de 42 exposiciones individuales y un lenguaje colorido atravesado por el hombre.

“Su obra no trata de figuras o imágenes que dormitan en los anaqueles de las bibliotecas; las abstracciones no tienen carne, olor ni color. En las telas de este artista cabe tanto un equilibrista del hambre transitando el mapa de la geografía de la esperanza, como una simple y asoleada siesta mendocina”, escribió en su momento el profesor de Estética y Filosofía Jorge Gómez de la Torre; que define el trabajo de Ceverino como neofiguración lasherina.

En este cruce entre la temática popular y el lenguaje plástico culto, al que hace referencia el historiador del arte Pablo Chiavazza en su investigación, hay lugar para artistas callejeros, poetas, músicos, actores y cirqueros. También para Lautrec y Van Gogh.

Los Ceverino, toda una familia dedicada al arte

-Al realizar la selección de obras que expondrá en su próxima muestra, ¿qué ha venido a su mente?

-Que tengo poca memoria y que con más memoria podría haber pintado 30 veces lo mismo. Esto lo digo con ironía. Cada cuadro me lleva un problemita especial.

La ventaja de tener mala memoria es que no salen pinturas demasiado parecidas y eso es favor mío en cuanto a la existencia de una obra heterogénea. Puede aparecer un paisano de cada pueblo y eso me encanta. Cada obra presupone una reunión de gente. No me interesa que los cuadros sean hermanos y si no dialogan entre ellos, que no lo hagan, pero que al menos se miren. Esa heterogeneidad realmente me interesa.

-¿Quiénes son esos personajes a los que se refiere?

-Aparecen por interés de ellos. Aparece Las Heras. Yo soy muy amigo de mirar los bichos a la noche. Los gatos de acá son muy enamoradizos y lo demuestran.

Los techos son un quilombo de gatos que no te das una idea. Por tanto, los personajes surgen de acuerdo a la forma en que yo trabajo y a partir de una mancha y lo que ella sugiera.

No es que voy con la idea de pintar tal cosa, aparece en la mancha si es que aparece. Han aparecido personas muy queridas a lo largo del tiempo y como en estas cuestiones de la pintura todo es más o menos posible, terminan juntándose personajes de hace 100 años con otros ubicados a 12.000 kilómetros de distancia. En la pintura estamos un poco autorizados a hacer eso, más si estamos atentos a lo que nos conmueve.

-¿Y a usted qué lo conmueve?

-No sé. Todo. Tiene que ver con el otro y sus circunstancias. Me conmueve un perro que tengo ahí en la entrada, que de pronto apareció. Yo lo llamo Indio pero tiene varios nombres porque es de la calle.

Le hice la cucha y se quedó; era un tipo que andaba por ahí, me saludó, me lengüeteó la mano y yo no sé qué quiere decir eso, ni quiero averiguarlo, sin embargo te está diciendo algo. Le di de comer un poco y ya no hubo caso: se quedó, se quedó y se quedó. Yo íntimamente quería que se quedara. Yo decía “será mi perro”: huevadas, no es mi perro, es el perro que va y acompaña al señor de enfrente, al pibe de la esquina, todo el mundo lo saluda.

Uno está abierto a todo, sin prejuicios, sin nada. Y por ahí suena Larralde. Aquí el día empieza con música siempre, es lo que lava el aire. Porque dicen que están bombardeando al mundo, hay once guerras, entonces hermano, cantemos.

La única posibilidad de aclarar el aire es cantar en el patio, en los andenes, en el parque, en los techos. No hay otra manera. Once guerras reales y otras que están inventando.

No me voy a volver loco, voy a escuchar a Larralde que tiene algo para decirme y antes lo pongo a Pugliese, el antimufa. A veces está Ricardo Iorio a los gritos.

Con Alejandro (su hijo) compartimos todos los días en el taller y escuchamos desde Black Sabbath hasta Almafuerte. Comparto la maravilla de trabajar con la obra, con mi hijo, con mi nieto, con el que siento que vamos bien: le estamos pasando la posta.

Y me remito a cuando lo hacían conmigo. Siento que no ha cambiado nada; en esencia es lo mismo circunscripto a la situación actual. No nos han enseñado qué hacer con lo que tenemos, con la tecnología. Te enturbié todo el agua, ¿no?

-¿Y a usted quién le pasó la posta?

-Viejos de todo el mundo y la Academia de Bellas Artes, a la que ingresé de grande, a los 21, 22 años, un lugar necesario y bueno y por lo tanto luego cascoteado, ninguneado y hecho pelota finalmente en los años de mierda, con permiso de Fontanarrosa. Cuando yo iba, había turno tarde y noche. Ir a la academia a formarse era entonces una alternativa.

-¿Sigue trabajando con la misma frecuencia?

-Sí, más o menos, un poco menos quizá. Trasnocho un poco menos.

-¿Tiene muchos amigos?

-Pocos, los que van quedando en el cedazo. Lo del millón de amigos es todo mentira. Las circunstancias deciden. Hay un par de amigos… Qué sé yo qué es la amistad. Mirarte en los ojos de quién. Por ahí soy muy pretencioso. No sé de qué te estoy hablando (risas).

-¿Qué ha descubierto de nuevo en su pintura en el último tiempo?

-Siempre descubro algo nuevo. No sé si es el término “descubrir”, me admiro de cosas que sin ton ni son pueden ser un montón de basura. ¿Qué hago con esto, que no es nada? Y depende de muchas cosas que no sea nada: en qué circunstancia no es nada. (Señala una obra y se refiere a ella).

Ahora que le agregué la carreta de Huracán Las Heras, la nada pasa a tener una significación. Eso que lleva ahí ese tipo con su hijo es un tesoro, eso significa el morfi de mañana. Ahí están saliendo de un lado muy blanco, muy prístino y van vaya uno a saber dónde.

A Alfredo Ceverino le suena el celular, ubicado en el bolsillo izquierdo de su camisa verdosa. “Dice que me he ganado un auto, seguro”. A su mente viene ahora el recuerdo de un maestro: Hernán Abal.

“Abal hacía una muestra y nos invitaba a todos los alumnos. Mi temor era que lo mío tuviera mucha influencia suya; él nos decía: ‘Lo más natural es que termines influido por mí y es muy importante que te influya un artista y no un boludo’. Nunca me olvidé de eso. Nunca”


Publicada en Diario "Los Andes" de Mendoza el 11 de Octubre de 2014.

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* ANDREA CALDERON: Licenciada en Comunicación Social egresada de la Universidad Nacional de Cuyo; Magíster en Periodismo en la Universidad Torcuato Di Tella. Colabora con el Diario Mdz, Editorial Perfil, Diario La Nación (Bs. As.), Correveidile y en la sección de Artes y Espectáculos del Diario "Los Andes" de Mendoza.

Nota del Editor:

El Maestro Alfredo Ceverino muere en su ciudad natal, Las Heras (Mendoza), el 17 de Enero de 2022; a los 82 años de edad.


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