Entrevista a Susana Tampieri
Escritora-notaria, atea y feminista. La traductora y dramaturga local, habla sobre sus cincuenta años en el teatro, las razones de su ateísmo y la dignidad de la literatura: la calidad y el compromiso con la verdad.
.
por NICOLÁS SOSA BACCARELLI *
La visito en su departamento mendocino sabiendo desde un principio que nuestro encuentro quedará trunco. Su viaje a Pisa es inminente y en una sola tarde es imposible abarcar el “mundo-Tampieri” que incluye el Derecho, las razones de su ateísmo, 5.000 años de teatro y la literatura inglesa. De manera que ambos sabemos que la entrevista terminará mediando un océano entre nosotros. Es escritora, escribana y traductora de inglés. De suerte tal que nuestra conversación deambula sin prisas, entre leyes y poesía; y sus manos se deslizan sin pausa por los anaqueles de su biblioteca.
La cazadora de brujas
Dice que viaja a Pisa “a ser madre y abuela, tiempo completo” pero su cabeza y su pluma siguen rodando: anda en busca de “brujas”. “El tema de las brujas que se inserta fuertemente en la trayectoria del feminismo me ha apasionado siempre” lanza con entusiasmo. Brujas que montan escobas y palabras, y combaten las crueldades del mundo. Brujas como Costanza da Libbiano, mujer juzgada por brujería por los tribunales de la Inquisición en el siglo XVI, en Pisa. Y otras hechiceras contemporáneas y octogenarias que se distinguieron en la lucha partisana contra el nazi-fascismo y que conversan con Tampieri formando un aquelarre desafiante.
Buscando estos fantasmas visitó San Miniato, el pueblo donde fueron «ajusticiadas» (quemadas vivas) cuatro brujas en 1540: “Permanecí pensativa, en aquella explanada frente a la Catedral… sintiendo la obligación de darles voz”.
Las normas jurídicas de la belleza
La consulto sobre los hilos ocultos tendidos entre el derecho y la literatura, y sobre el lenguaje como punto de unión. Inmediatamente propone algunas distinciones: “El Derecho intenta poner orden en la conducta social humana. Por eso siempre preferí el Derecho Penal, que escruta las acciones desordenadas y pasionales de los seres humanos. Tuve la suerte, de que mi maestro fuese el Dr. Ricardo Núñez, en la Universidad Nacional de Córdoba…” dice y casi sin querer se ha deslizado en la conversación el nombre de uno de los maestros insignes del derecho penal argentino.
Me intriga cómo ha sobrellevado su relación con el lenguaje oscilando entre la imperatividad de la norma jurídica y la libertad de la ficción, la sutileza del verso; descubrir si ha sido una relación pacífica, o más bien una lucha. Y corrige: “ ha sido más un mestizaje de humorismo y didáctica”. “El ejercicio de la profesión -contesta- me llevó a un delicado y exhaustivo estudio del idioma. El legal (notarial) y el usual. El primero, vistoso como pavo real y detenido en el tiempo del barroco quevedesco y el otro, por el contrario, en continuo y áspero cambio”.
Me pregunto cuántos personajes de sus obras habrán entrado a su mundo por la puerta de su estudio notarial, en una especie de vasta “Comédie humaine”: “El ejercicio del notariado me enseñó muchísimo: sobre los problemas reales de la gente, para quienes el escribano es una especie de confesor y consejero. Los vi desfilar como en una obra de teatro: humildes o prepotentes, fracasados o triunfadores, asustados o desafiantes, ignorantes o cultos… Nos ayudamos mutuamente. Les resolví sus problemas legales y ellos me dieron tema para escribir”.
De Shakespeare a Cervantes sin escalas
Cubriendo las paredes de su departamento, sus libros exhiben una variedad que delata la amplitud de su mundo y no la deja mentir. Los títulos en inglés y en italiano ocupan una parte considerable de su biblioteca. Ha traducido siete de sus obras al inglés. “El problema se agudiza, porque hay que tener el oído atento a cómo las personas se expresan naturalmente, en su hábitat. Y cuidar que se interpreten ciertos giros habituales que hasta pueden resultar insultantes, si son mal vertidos a otra lengua” dice recordando los riesgos de una de sus tres profesiones.
Afirma que el estudio de otras lenguas le permite develar las sutiles diferencias de expresión. “No se trata sólo de vocabulario, sino de diferentes estructuras lingüísticas que ilustran otros enfoques mentales. Salvador de Madariaga diferenciaba por las vocales: el español es el de las «a» y las » o», el francés es de la «e» y el italiano de la «i». Eso es como sonoridad… pero las diferencias van mucho más allá” explica la dramaturga.
“Ser ateo es ser libre”
“Hay palabras que asustan… Ésa es una” dice Tampieri al contestar afirmativamente mi pregunta sobre si ella es atea. “Para mucha gente es como si, de golpe, se apagara la luz. En mi caso, luego de mucha meditación, dudas, desconsuelos y debates, fue como encenderla”.
Tratando de evitar equívocos terminológicos, le pido algunas definiciones sobre esta no-doctrina en cuya militancia ocupa Tampieri buena parte de su tiempo.
“Ser ateo, para mí, es tener el coraje de asumir la condición humana con todo el valor que ella tiene. Sin premios y castigos ultra-terrenos. Sin engaños. Sin confiar en instituciones o personas supuestamente dotadas de poder para que decidan por mí. Y asumir toda la responsabilidad del resultado de esa opción. Ser ateo es dudar sabiendo que la duda es lo único que nos permite crecer. Es estar convencida de que la investigación no tiene límites y que de la misma forma en que las enfermedades se consideraron castigos divinos y los eclipses enojos del más allá, todo lo que aún no sabemos tendrá su explicación racional” sostiene la escritora. “Ser ateo es sentir la hermandad con los demás, como especie que escaló alturas impensadas y cayó en abismos profundos. Que es capaz de lo más aberrante y de lo más sublime y estar dispuesta a compartirlo con todos y a combatir lo que nos divide (como el racismo), o embrutece (como la guerra) o nos impide ser libres (como cualquier sistema autoritario, ya que todos se parecen como una gota de mugre a otra). Ser ateo -para mí- es ser libre.” remata en el momento en que alcanzo a ver algunos símbolos religiosos que guarda con cariño como recuerdos de familia, de viajes y de amigos.
Le pregunto si puede concebir la creación literaria enmarcada en un sistema de creencias religiosas, si la doctrina religiosa o metafísica y la libertad creadora del fenómeno estético son compatibles, si se rozan, o si corren por caminos diferentes. “Imposible negar valor literario a los textos dentro de cualquier filosofía religiosa. Lo que rechazo, como atea, es concederles el valor de guía moral o de consistencia histórica. Cuando Santa Teresa o San Juan de la Cruz hablan del «amado y la amada», me lo tomo muy al pie de la letra, y me encantan. Si sostienen que se lo dirigen a un ser inasible… no lo creo” dice para luego elogiar el “Cantar de los Cantares” de Salomón, como “uno de los libros más bellos de la Biblia”.
Una religiosidad literaria
Ciencia ficción y metafísica: ¿Relatos ligados a la invención humana? Y propongo algunos nombres: Verne, Asimov, Bradbury, Wells… les tocó vivir en una época que los denominó “escritores”; quizá en otro momento de la historia, su obra hubiese adquirido características ligadas culturalmente con la “profecía”… o con la divagación herética. Le ofrezco estas consideraciones y se manifiesta claramente de acuerdo con que “la metafísica es ficción elaborada colectivamente… ¿Ciencia ficción? No sé” y confirma que lo que alguna vez fue ciencia ficción, hoy es realidad: “el submarino de Verne, los viajes extraplanetarios de Bradbury o Asimov, el túnel del Big Bang en Ginebra… A los que dicen hablar con Alguien en el Más Allá… se me ocurre que ocupan un solo lado de la línea, porque no hay ni siquiera un contestador automático en el otro extremo.
Por eso, si Verne, Asimov, Bradbury, hubiesen vivido en otras épocas, habrían ardido en una hoguera como pasó con Giordano Bruno, acusado de mago”.
Recuerdos sobre las tablas
Remonta su memoria a los seis años, y se ve junto a su mamá en una función de ballet infantil en el teatro Colón: una mezcla de magia y encantamiento. Luego algunos cuentos, luego la poesía, ya en la universidad, el teatro como medio espontáneo para retratar la lucha estudiantil en el momento crucial de defender la Universidad pública. Así, su primera obra se llamó «Esos muchachos revoltosos» y fue presentada en 1965 como teatro leído en el comedor universitario de la UNCuyo. “Fue posible gracias al apoyo desinteresado y entusiasta de figuras emblemáticas: Maximino Moyano, Gladys Ravalle, Elsa Cortopassi y Rafael Rodríguez”. Luego vino un largo peregrinar por los teatros independientes de Buenos Aires a un ritmo de tres obras por día, en la época de oro de los cincuenta y sesenta.
Teatro independiente: una digna agonía
La interrogo sobre la situación actual de las artes escénicas en Mendoza y responde con una analogía cardiológica:
“La historia del teatro en Mendoza parece un electrocardiograma: arriba, abajo…. Sin salas, sin apoyo, sin dinero… Con salas, con apoyo… con algo de dinero. El teatro siempre está en agonía. Es la dura lucha entre la vida y la muerte. Varias veces anunciaron su irremediable deceso el que jamás sucederá porque el teatro forma parte de la naturaleza humana. Lo que espero del teatro -no sólo el de aquí- es que siga siendo independiente, en el verdadero sentido del término. Porque ése es su rol: el que definió Shakespeare en “Hamlet” y sigue vigente.
La dignidad del teatro: no sólo debe ser su calidad sino su deber con la verdad porque le habla al pueblo, sin mandantes… Para que los públicos puedan seguir creyendo en él”.
Los insoslayables
Le pido cinco dramaturgos que uno no puede dejar de leer (o de ver) antes de morir…
Y me demuestra la absurdidad de mi pregunta: “El Teatro occidental tiene más de 5000 años de existencia. ¿No es demasiado poco mencionar un dramaturgo por milenio?” Me anticipa que se excederá.
«Antígona» (Sófocles), «Hamlet» (Shakespeare), «La vida es sueño» (Calderón de la Barca), «Casa de muñecas» (Enrique Ibsen), «La casa de Bernarda Alba» (Federico García Lorca),
«Seis personajes en busca de autor» (Luigi Pirandello), «El resistible ascenso de Arturo UI», (Bertolt Brecht), «Esperando a Godot» (Samuel Beckett), «La muerte de un viajante”, (Arthur Miller), «Babilonia», Armando Discépolo. Inmediatamente se lamenta “de los grandes maestros que quedaron afuera”
En tres líneas
Escritora. Notaria. Traductora de Inglés.
Practica el ateísmo y la lucha por la reivindicación de los derechos de las mujeres. Forma parte del Consejo Asesor del Instituto de Género de la UNCuyo.
Es autora de más de 35 obras teatrales y de la novela «Nadie muere del todo en Praga» (2002). La mayoría de sus obras teatrales editadas lo han sido como parte de premios otorgados por diversas entidades oficiales. Su obra más conocida es «Cantando los Cuarenta», que lleva 30 años en cartel (en diferentes teatros del país). La Asociación de Actores de Mendoza le concedió un reconocimiento por gozar de la aprobación de los públicos durante tanto tiempo. Fue, además, representada en Tel Aviv (Israel), en el marco de un encuentro de teatro argentino-israelí en 1993.
Entre numerosa distinciones, su obra «Cóndor», recibió el premio «A las Tablas» en nuestra provincia. La tradujo al inglés y se estrenó en Londres, en el «Rose & Crown Theatre», con excelentes críticas de los medios especializados. Lleva casi 50 años de teatro.
Publicada en Diario "Los Andes" de Mendoza el 30 de Junio de 2012.
* NICOLAS SOSA BACCARELLI: Periodista y abogado. Columnista y colaborador de medios gráficos de Argentina y México, entre ellos, el suplemento Cultura de Diario "Los Andes" de Mendoza. Es uno de los fundadores y director del archivo digital “La Melesca”, historias de Cuyo.