La Melesca

POETA EN LLAMAS

Vida y muerte de

VÍCTOR HUGO CÚNEO

Maldito, acosado, ardido, Cúneo murió en noviembre del ’69, tras prenderse fuego en la plaza Independencia de Mendoza. Y cuanto más empuja el olvido, más parece alimentarse la leyenda del artista bonzo que se inmoló en esta tierra por mirar más allá de lo evidente. “Puse mi cabeza entre las manos abiertas del libro del profeta y el vidente”, dejó escrito en su única obra.

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por MARIANA GUZZANTE *

“Es mejor quemarse que desaparecer lentamente”. La frase que cierra la nota suicida de Kurt Cobain aseguraba en los ’90 un nuevo mito para el rock. De tan hermoso cadáver, Cobain (a la manera de su admirado Hendrix) asumía el manifiesto del “deja obra y muere pronto”, no sin antes vomitar su veneno sobre el pueblo chico que lo vio nacer.

Pero la verdad es que aquí no hubo nota suicida. Ni testamento. Ni tampoco un santuario pop donde elevar el mito del ‘suicidado por la sociedad’. Hubo, eso sí, una muerte por ardor.

El poeta Víctor Hugo Cúneo se inmoló, a lo bonzo, el 19 de octubre del ’69 en la plaza Independencia. Murió en el hospital el 21 de noviembre. Horas antes de expirar, le dictó a Pampa Mercado, su amiga, un último poema dedicado a la Luna y a Ramponi.

Es fácil imaginar el nacimiento de la leyenda, justo tras ese funeral nublado al que también asistió, mudo y reflexivo, Antonio Di Benedetto.

Cuentan que aquella misma tarde, el autor de “Zama” insistió para que otros hombres de luto (los escritores Vicente Nacarato, Daniel Prieto y Guillermo Petra Sierralta) lo acompañaran a la redacción de Los Andes. Allí, dijo, les esperaba una sorpresa. Di Benedetto acababa de desenterrar de los archivos del diario un cuento singular -“El loco Queiral”- escrito en 1925, y les pidió que lo leyeran. Sólo Sierralta comprendió enseguida el sentido del hallazgo. Se trataba de un viejo cuento suyo que, extrañamente, anticipaba el destino de Cúneo. Como el sanjuanino, el loco Queiral era un poeta pobre que había visto fracasar ante la crítica su primera edición. Ardido por el desengaño, abandonado por los suyos, un día juntó sus papeles, se encerró en la pieza, se roció con nafta y se prendió.

La historia era la de una lenta agonía. También la de un pueblo pequeño y prejuicioso, la tragedia doméstica del poeta maldito.

Un dato les erizó la piel, a todos: la fecha del cuento coincidía con el año en que Cúneo nació, 1925. “El loco Queiral” era, curiosamente, su biografía profética.

Víctor Hugo Cúneo. Dibujo a lápiz de Carlos Alonso

Pájaro de taberna

Flaquito, pendenciero, bigotudo y tosedor, así lo describe Rodolfo Braceli en una semblanza de 2004, cuando la Feria del Libro provincial puso por primera vez el nombre de Cúneo a una de sus salas. Allí, Braceli sostenía que, con el fósforo del ’69, el poeta igualó el destino de esos libros quemados por los fascistas locales.

En los tiempos de Onganía (“un bestiudo especialmente fóbico con las universidades”, dice) le incendiaron dos veces seguidas el quiosquito donde vendía usados para pagarse el día.

Hay una historia previa, claro. Cúneo había nacido en un rincón de San Juan, pero con alma de ciudadano del mundo. Aunque el ‘pueblo chico’ que verdaderamente caminó, bebió y padeció fue Mendoza. “Soy una ciudad de bolsillos y desgarraduras”, escribió. “Y así quiero que se me mire:/con una ciudad de roturas en mis trajes/ y en mis zapatos, hermanos de los puentes/ de mirar abajo,/ con la locura alegre de las tabernas/ y el rostro suelto en las gaviotas.”

Dijimos que era librero. Su puestito estuvo, sucesivamente, en la vereda de Las Heras al 400 (cerca de la vieja facultad de Filosofía y Letras) y en calle San Martín, frente a la Dirección de Turismo.

Los que lo conocieron afirman que en esos años -en los que iba del puestito al café y llevaba parvas de poemas en los bolsillos- fueron su etapa feliz.

“Todas las mañanas me visita un ángel y un fantasma”, confesó en esos versos que amontonaría prolijamente en alguna pieza alquilada y pagada por amigos. Alguna vez se topó con Gelman. La anécdota también es de Braceli: “Pasó que mientras Gelman decía su poema (‘… cacé una tos secreta… ella no me abandona… se terminó la soledad…’), Cúneo empezó con su tos. Que no amainó. Nunca se sabrá si la tos le vino o él le dijo a la tos que viniera. Porque, como fue dicho, Cúneo decidió prenderse fuego para que los amigos del fuego exterminador lo dejaran de joder”.

Como un faquir

Solía tener al mundo en la mira. “Todo mi cuerpo es un ojo abierto hacia ti”, encaraba al mundo, como si le dijera ‘cuidadito’. Fumaba. Y aunque tuvo que lidiar con la tuberculosis, dicen que le juró a la vida: “No te voy a traicionar”.

La crónica policial de su muerte es desoladora: un cuidacoches, que lo había visto recostado en el tronco de un árbol, en el prado de la plaza que da a la calle Espejo, lo vio caminando en llamas como una alucinación. El testigo le confesó al periodista: “Creí que era un faquir, por la tranquilidad que tenía”.

Casi al borde de la fuente actual, empezaron los gritos. Y algunos se lanzaron para apagarlo a ramazos, con palos que cortaron de los árboles, lo primero que tuvieron a mano. Cuenta Braceli que después del shock alguien le preguntó a Cúneo “por qué se prendió fuego” y que él respondió “para desnudarme”.

Hay una versión que resquebraja la leyenda: María Elena Grand, la viuda que entonces tenía entre sus inquilinos al escritor, recordaba que, apenas unas horas antes, Víctor Hugo le había pedido un líquido para limpiar el traje que llevaba puesto. “Le dije que le estaba haciendo una comida y me contestó muy satisfecho. De inmediato me consultó acerca de lo que podía usar para limpiarse el traje. Yo se lo había lavado, claro que con jabón común. Le dije que con solvente, pero él me dijo que precisaba bencina. No tenía. Entonces salió, no sin antes manifestarme que en un momento volvía. Luego escuché gritos y me dijeron que se había prendido fuego”, declaró la mujer.

Por qué predomina la versión del ‘poeta bonzo’ es fácil de entender: un hacedor de versos suburbano, que se inmola en el corazón de la ciudad y escribe su fatal manifiesto con llamas, es una historia intensa y mítica. Di Benedetto, quizá, hubiera sospechado otro argumento. ¿Un accidente de tintorería? Hay algo mucho más estremecedor en ese absurdo.

Como sea, esa tarde Cúneo ingresó al hospital Emilio Civit con quemaduras de segundo grado en el 80 por ciento de su cuerpo.

Mejor que arder

Sin embargo su obra ahí estaba, y ahí está todavía. Una poesía panorámica, sincera, metafórica en estado de pureza, que lo convierte en un americano atrapado en el bosque de ladrillos y preocupado por reescribir la gran tragedia de la Historia.

Es posible adivinar que Cúneo seguía el sendero de los poetas del monte, que amaba la épica de los paisajes y la retórica de las plegarias que conocen los que han pasado muchas horas charlando con la tierra. Y que la amaba en un sentido transhumano: “Si hablo así es porque tengo el sino, la locura de querer hacer del mundo una Granja Mayor, y de proclamar un solo país: la Tierra y una sola nación”.

Poblado de imágenes solares, los poemas y las prosas de su único libro editado “El Nacimiento del ciudadano” se vuelve una súplica desvelada al borde de los cerros.

Cierta vez le preguntaron a Carlos Levy, quien escribió el prólogo a la segunda edición de “El Nacimiento…”, cuál fue el más grande poeta mendocino. “Es difícil responder, hay muchos, todos grandes: Cúneo, que hablaba con su soledad a puro silencio; Lorenzo, que viajaba en pajaritas de papel escapando de los tontos; Tejada Gómez, que reinventó la palabra América…”, sinceró.

Cúneo quería parecerse a lo que había soñado (los pájaros, los trigales de Van Gogh, las colinas), quería parecerse a una ciudad, pero a una que tuviera “círculos concéntricos de fuego, piedras y viajeros”. El sueño de crear otra ‘realidad’ con el lenguaje del río, donde hubiese un “Dios azul” y el hombre fuera, en verdad, “un hijo del desierto”.


Nota publicada en Diario "Los Andes" de Mendoza el 19 de Noviembre de 2011.

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* MARIANA GUZZANTE: Reconocida periodista, profesora de Literatura y escritora. Se desempeña en la sección de Artes y espectáculos del diario "Los Andes" de Mendoza. Participa en forma constante en revistas, trabajos de investigación y la elaboración de prólogos para libros de autores locales.

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