por ALFONSO SOLA GONZÁLEZ *
Víctor, viejo amigo, poeta, camarada:
Te escribo desde el Hamburgo, frente a la Plaza Independencia. Hoy, 1º de noviembre no juegan los chicos porque es el día de Todos los Santos. En ese francés que tantos amabas y que algunas veces apenas deletreabas, se dice La Toussaint. Sé que te gusta que te cuente esto, que te lo cuente a vos que como nadie entendiste -lejos de la funeral filología- los versos de Verlaine. Porque después de todo, camarada rotoso, vos fuiste como él, atrozmente leal, en tu bárbara inocencia, a los cuatro horizontes del viajero terrestre: el poema y el vaso de vino, la muchacha y el sueño de las barricadas.
En la plaza me he cruzado con una muchacha que caminaba sola. Seguramente no sabia nada de vos, no sabía que bajo este mismo sol de otra tarde de noviembre, estos arboles te vieron correr con las llamas que te quemaban el pelo del pecho, los ojos líquidos y tristes, el traje miserable de poeta.
¡Pobre chica! Te imaginás si yo la paro y le digo: sabés, la nafta también quemó las flores; él andaba siempre sucio pero clarísimo por dentro de guerra y poesía; cuando la llamarada de la bencina le quemó las encías, gritó, alzó los brazos flacos como si extendiera un manto imperial de fuego y corrió entre los jardines, aullando. Sí, ya lo sé piba, esto puede ser una insidiosa y bella metáfora del poeta y su destino, pero lo que estos apacibles follajes de noviembre vieron hace un año, fue el traje sucio, las medias sucias, los dientes sucios de mi amigo quemándose con llamas de verdad, con llamas de calefón, de fuego para el asado, con llamas de horno crematorio, de bomba molotov, de bonzo revolucionario. Sí, el gran cáncer del fuego.
Te imaginás, hermano, lo que lloraría esta chica si le dijera que para ella escribiste el más bello poema en el libro de los condenados.
Oíme, Víctor. Hoy leí en una revista de Mendoza que yo iba a escribir el prólogo de este libro. Miré entonces mi poblado fichero, los muchos estantes de mi biblioteca; recordé mis clases de literatura, de estilística, de papeles fríos y te recordé durmiendo en los bancos de la plaza, en invierno, y me dije: ¡Buena mierda todo eso! Y me vine en mangas de camisa, por primera vez sin corbata, a la plaza. Vi a la chica que caminaba sola. Vos no estabas -tan poca cosa, tan flaquito, tan con hambre y uñas sucias y poemas-.
Vos no estabas y sería un canalla si dijera que vi tu alma entre la música de las flores, que vi un joven fantasma grato a los ángeles y a los dichosos sonetos del Paraíso. No, vi dentro de mí y fuera de mí mismo a un maldito, al hermoso maldito de la violencia sagrada; te vi escupiendo en la solapa condecorada de los cancilleres gordos de la poesía, en la piel blanca de los laureados con la caca novena de las musas; te vi escupiendo vino, salame masticado, palabras verdaderas de Dios. Sobre la tórtola privada, sobre la grasa de la poesía pura, sobre el chancho burgués.
Víctor, viejo poeta de la casa de Rimbaud, tu amigo, de todos los amigos revolucionarios, te escribo desde el riesgo divino, desde la cordura insensata.
Que la paz no sea con nosotros hasta que se cumplan tus sueños en la ciudad del hombre liberado y salvado;
que la paz no sea con nosotros hasta que se escriban de nuevo en el sol de los pueblos, tus palabras de esperanza;
que la paz no sea con nosotros hasta que tus poemas se lean otra tarde, sin miedo y sin disculpa, en esta misma plaza donde te devoraste por el fuego, en tu último canto, la violencia.
Ya ves, Víctor, camarada y amigo, que un prólogo puede ser algo más que una lepra erudita. Como te dije hace un año: Hasta pronto, camarada, vos el gran verdugo honrado, el poeta.
Alfonso
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Ilustración de Portada: obra de Gabriel Fernández
Prólogo de la antología póstuma “Poemas”, editado por A. Burnichón, Mendoza- Buenos Aires.
Esta edición se hizo con el esfuerzo desinteresado de compilación de originales, selección y cuidado de aquellos poemas que Víctor Hugo Cúneo nos dejara en su mayor parte manuscritos y que su padre entregara para la publicación de la presente edición y a Pampa Mercado, Ana María Álvarez, Adriana S. Burnichón y Alfonso Sola González.
* ALFONSO SOLA GONZÁLEZ: Poeta de la denominada generación del 40. Nació en Paraná y se radicó en Mendoza. Su obra poética ha sido recientemente reunida por la Biblioteca Nacional. Ejerció el periodismo y la docencia en la UNCuyo. Participó y dio forma al pensamiento nacional de entonces junto a Leopoldo Marechal y Fermín Chávez, entre otros.
Los poetas no tienen biografía, tienen destino
por CARLOS LEVY *
Había nacido en San Juan un uno de diciembre de 1925. Fue Cúneo, poeta, librero, libador de palabras y de vinos, maestro en soledades. Fiel al pacto con los íncubos y súcubos que alimentaban sus horas, un 21 de noviembre de 1969, cumplía los últimos rituales de entregarse a la muerte que él mismo había convocado días antes. Cuando burlaba entonces los prados inquietos y las flores sutiles, el alborozo de las palomas y el asombro cruel de aquellos adolescentes primerizos en el amor. Ese día la plaza Independencia conoció otros fuegos que no eran los del sol, no los fuegos celebrantes de la vida, eran las llamas encendidas por el primer dudador de la historia, que venían, pedidas por la soledad de Cúneo, a vengarse de los límites del cuerpo que lo tenían prisionero.
Entre los que lo conocimos, amigos unos, discípulos inconfesos otros, hoy tal vez no digamos sus poemas, su manera de ser y su tristeza, su mutismo súbito, su encerrarse de golpe en vaya uno a saber qué búsqueda misteriosa, cuando lo venían a exigir los impacientes fantasmas arltlianos que rondaban su existencia. O quizás guardemos silencio. Víctor Hugo Cúneo fue como aquellos que convocaron la muerte llevando como única compañera de viaje, la dignidad de los héroes.
Algunas de sus obras fueron publicadas: “El nacimiento del ciudadano”, “Poema de Víctor Hugo Cúneo a Vincent Van Gogh”, “La campana”, los póstumos “Poemas” editados por su amigo Burnichón y tantas otras diseminadas en diarios y revistas. Sabemos también de muchos borradores escritos en las madrugadas, en el rincón de una plaza. Solo podemos imaginarlos. Como su autor, ahora vuelan invisibles y fatigados entre los bancos, los árboles y los poetas jóvenes que renuevan su destino, su biografía imposible.
Nota: Prólogo del libro "El nacimiento del ciudadano" editado por Gildo D'Acurzzio en 1945
* CARLOS LEVY: Poeta y escritor. Fue miembro del grupo literario Aleph y de la Sociedad de los Poetas Vivos de Buenos Aires. Ha sido Director de la Biblioteca Pública General San Martín y de Radio Nacional Mendoza. Por su labor fue nombrado Embajador Cultural de la Provincia de Mendoza.