La Melesca

GUITARRA TRASNOCHADA

SEMBLANZA DE ARSENIO AGUIRRE

 

 

 

Músico prolífico, viajero infatigable, maestro de innumerables guitarristas de nuestro país. Su hija, nos deja un retrato musical e íntimo.

 

Anticipo exclusivo para LA MELESCA del libro sobre la vida y obra de Arsenio Aguirre -en proceso de finalización-, dirigido por la autora de esta nota con la colaboración de Fernando Pedernera, periodista y poeta cuyano de San Luis.

 

 

por PERLA ARGENTINA AGUIRRE *

 

Mi padre, Arsenio Aguirre, nació el 28 de agosto de 1923 en Juncal, departamento Villa Constitución, provincia de Santa Fe. Fue su madre Elena Aranda Spifigier, nacida en un pequeño pueblito cercano a Rosario e hija de Gregorio Aranda, un criollo puntano y de María Spifigier, una campesina suizo-alemana. Fue su padre Arsenio Aguirre, nativo de San Nicolás de los Arroyos, provincia de Buenos Aires. Ellos, con su recién inaugurada familia, se trasladaron en el verano de 1924 a Rosario. Papá no conoció Juncal y sólo visitó el pueblo cuando sus canciones ya eran populares. Creció en Rosario, ciudad a la que amó entrañablemente.

Mi abuelo era talabartero, aunque también conoció a la perfección el oficio de panadero, lo que le facilitó entrar a trabajar en La Europea, la panadería más grande de la ciudad, donde se desempeñó hasta el final. Pero su principal perfil era el de cantor y guitarrero, sueño que cumplía los fines de semana.

Papá creció en un ámbito muy humilde pero rodeado de música y buena educación familiar, en una casa de inquilinato, un conventillo ubicado en Virasoro 1460. Al colegio asistió solo hasta cuarto grado y a partir de allí, a trabajar.

Variadas fueron las actividades impuestas por la temprana enfermedad del padre: vendedor de diarios en la esquina de Córdoba y San Martín o vendedor de pastillas, con su hermano Manuel, en la esquina de Virasoro y Entre Ríos, junto al Hospital Rosario, hoy Clemente Álvarez.

La madre, analfabeta, bondadosa e inteligente, trabajaba de lavandera. La justicia social por entonces era una utopía.

Desde los diez años mi padre venía aprendiendo los secretos de la guitarra y a convivir con un asma cada vez más insistente, que terminó por quedarse definitivamente en su vida a partir de la tremenda ausencia del padre. Recuerdan mis tíos las corridas en busca de la ambulancia cuando los ataques lo asfixiaban y ellos, más pequeños, se sentían crecer protectoramente para ayudar al hermano bien amado.

En esos días se decidió finalmente su destino de músico. Comenzó a estudiar, a perfeccionarse y consagró su vida totalmente a la guitarra. A los quince años ya acompañaba a los cantores populares con total solvencia, lo que lo llevó en gira por América del Sur cuando recién cumplía los diecisiete años. Obtuvo el permiso de mi abuela para estos viajes, mediante los buenos oficios de su padrastro, Rafael Pineda. Él fue quien le compró a papá su primer traje de pantalón largo, el que amó a los tres hijos de mi abuela por igual y luego fue, para los nietos, el abuelo cariñoso que conocimos y amamos.

Acompañando a Nelly Omar con el arpista paraguayo Prudencio Giménez

Mientras papá salía en gira por aquellos países que recibían nuestra música con tanto entusiasmo, en Rosario, las hermanas Delia y Blanca Cores Argañarás Chazarreta, el dúo Las Hermanas Chazarreta, crecía en popularidad por la calidad de su repertorio santiagueño poco conocido y bien elaborado.

Eran hijas de Juan Ambrosio Cores Ferreyros, marinero desde sus años primeros, nacido en La Coruña, Galicia, el que luego fuera bailarín y músico, actividades con las que llegó a Santiago del Estero luego de recorrer tantos países del mundo. Allí las cosas no fueron bien para sus talentos artísticos y debió ganarse la vida como obrero, siendo uno de aquellos anónimos trabajadores que construyó el primer puente carretero que unía la ciudad de La Banda con Santiago. En estos quehaceres conoció a mi abuela, Romelia Argañarás Chazarreta, quinceañera de gran carácter y nacida en una familia altamente prestigiosa, de gran solvencia económica y descendientes  del conquistador Francisco de Argañarás.

A Romelia querían casarla con Míster Thompson, un ingeniero inglés integrante del equipo que proyectó el dicho puente y quien la rondaba prendado de sus habilidades de jinete y de sus largas trenzas doradas. Pero ella ya había escuchado cantar y tocar la guitarra al español Juan Cores, quien entonces contaba con veintiocho años. Se enamoraron los jóvenes y, resueltamente, una noche huyeron juntos. Se radicaron en la provincia de Santa Fe, exactamente en Vera, en la llamada cuña boscosa y permanecieron toda la vida unidos. Tuvieron doce hijos: cuatro muertos tempranamente y, de los ocho restantes, mi madre fue la menor.

Una familia bella, unida, rodeada de música tal como su papá los había educado. Alguno tocaba el violín, otra el piano, pero todos tocaban la guitarra y cantaban. También, algunos, fueron actores y actrices, entre ellos mi mamá Blanquita, la que tenía nueve años cuando su papá murió en Rosario, donde hacía poco radicaban, rodeado de amor familiar y paz espiritual.

Al regreso de una de sus giras por Bolivia, papá conoció a Blanca Chazarreta, en casa de Mercedes Abaca, hermana del guitarrista Delfor Abaca. Se enamoraron y luego de un tiempo de noviazgo, se presentaron él y mi abuela Elena en casa de las Cores Argañarás Chazarreta a pedir la mano de Blanquita en matrimonio. Se casaron y decidieron unir sus sueños musicales y formaron un trío con Antonio Luzzi (hoy su hijo Raúl Luzzi es un prestigioso guitarrista de tango) y salieron en gira por América del Sur, aquellos países ya conocidos por papá. Al año Blanca regresó con el tiempo justo para que yo naciera en el Hospital Centenario de Rosario.

Alfredo Alfonso y José Zavala

Pasado el tiempo y los viajes, el trío se disolvió, entonces mamá retomó los destinos del dúo con su hermana Delia y papá volvió a la guitarra acompañante. Fue guitarrista de tantos intérpretes que sólo puedo mencionar a aquellos que he mantenido en mi recuerdo: Héctor Mauré, Nelly Omar, Oscar Alonso, Antonio Benítez, María de la Fuente, ocasionalmente Virginia Luque. Grabó también con muchos y prestigiosos intérpretes, como Los Troperos de Pampa de Achala, de Marcos López con Remberto Narváez y Alfonso y Zavala, el notable dúo de guitarristas villamercedinos, acompañando juntos a varios intérpretes.

 

Yo vengo de lejos

Papá, viajero incansable, partió hacia Mendoza en busca de nuevos horizontes para su actividad de músico. Rápidamente se abrió allí un mundo de afectos y de trabajo para él, porque Tito Francia, advirtiendo su talento guitarrístico, le ofreció trabajar con él en la Fiesta Nacional de la Vendimia y lo presentó en las radios locales donde enseguida lo tomaron como guitarrista acompañante. Esto decidió nuestra radicación en esta ciudad cuando yo apenas cumplía los seis meses.

Allí crecí y pasé la mayor parte de mi niñez y adolescencia, aunque las etapas del colegio primario las hice en Rosario, porque allí vivían las abuelas y los tíos, ambas casas maternas para mis padres, el “centro de operaciones” que me permitía a mí estudiar sin los altibajos de las giras, esa vida nómade que llevábamos aun viviendo en Mendoza y que, por otra parte, me encantaba.

Integrando un ensamble de diez guitarras en Mendoza

Trabajó en las emisoras mendocinas, de gran actividad en esos tiempos, con Tito Francia, Martín Ochoa, Santiago Bértiz y David Caballeros quienes fueron algunos de sus muchos compañeros. Integró el conjunto Los Huarpes con Pedro Belisario Pérez, (autor del vals “Amarraditos”), Juan Ibáñez y Ángel Honorato. Tocó también con Hilario Cuadros y su paso como guitarrista estable en aquellas radios fue notable, como lo había sido antes en las emisoras rosarinas al lado de Carlos Peralta, Delfor Abaca, José Miranda, Velásquez, Taberné y Abreu y tantos nombres profundamente apreciados y para siempre unidos a su historia.

En Jujuy, provincia a la que amó y en la que pasó largo tiempo de su vida, había aprendido a tocar la quena y el charango y con sus buenos amigos músicos en La Paz, Bolivia, formó el conjunto 31 de Octubre. Esta fecha recuerda el día en el que el entonces presidente boliviano Víctor Paz Estenssoro nacionalizó las minas de su país. Además de arreglador y guitarrista, él era el quenista del grupo porque por entonces los músicos profesionales bolivianos no tocaban instrumentos aborígenes, lo que a papá le resultaba increíble. Él amaba el sonido misterioso de las cañas andinas.

Estos conocimientos le ayudaron a enfrentar compromisos de gran importancia, como fue la convocatoria de Margarita Palacios. Ella le ofreció la responsabilidad de hacer los arreglos instrumentales y de asumir la dirección general de su grupo. Papá, entonces, llamó a Mario Benítez, gran guitarrista rosarino, y lo trajo a Buenos Aires para ubicarlo como segunda guitarra, mientras él se desempeñaba como primera guitarra y quenista en algunas obras.

Bajo la dirección de papá, con Benítez, Villagra, Lolita Eudoro y Kelo Palacios, surgió así Margarita Palacios y sus coyas, tal vez la etapa más exitosa de la gran artista catamarqueña. Grabó con ella en Odeón y cumplió un largo ciclo que abarcó programas estelares en Radio El Mundo, giras por todo el país y algunas películas de largometraje como Cerro guanaco, con la dirección de José Ramón Luna, y Rebelión de los llanos.

Sin embargo, la guitarra clásica ya lo había conquistado y decidió perfeccionarse en esa disciplina. Estudió con María Luisa Anido y, cuando determinó ser solista, pudo manejar ambos repertorios.

Sus recitales abarcaban dos culturas, dos tiempos del arte y una misma estética. Esto le abrió las puertas y el corazón de públicos sensibles y conocedores de la guitarra clásica en muchos países, y los sorprendió su talento compositivo para las obras instrumentales, la mayoría de ellas en los ritmos folklóricos de este lado del mundo.

Compuso, para la dilatada geografía de Indoamérica, obras musicales cuyas letras son breves testimonios de la riqueza cultural de nuestros pueblos. La canción América morena, cuya primera grabación correspondió a Margarita Palacios, sintetiza su sueño de unidad cuando dice: América morena/ desde tiempos lejanos humillada/ únete, que unida serás grande / o piérdete en la noche de la nada/ (…)  Compuesta a principios de la década del 50 en el Perú, como Quena o Kaluyo del imperio perdido, fue pionera en esta temática.

Cuando la gran cantante peruana Ima Sumac, radicada en Estados Unidos y en gira por esta parte de América, le escuchó en Uruguay su yaraví Quena, inmediatamente incorporó esta obra a su repertorio y lo contrató para integrar su elenco con la finalidad de llevarlo hasta Los Ángeles, California, y grabarla con él. Sin embargo, sería Mercedes Sosa quien la grabaría primero porque, luego de haber compartido con Ima Sumac la gira por Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile, Perú y Ecuador, la salud de papá se deterioró y tuvo que regresar a la Argentina. Entró al país desde Santiago de Chile hacia la región cuyana, donde buscó asistencia médica.

Los grises de una enfermedad pulmonar lo detuvieron por un año en el Hospital Lencinas de Mendoza, cambiando el rumbo que él originariamente había planeado: La Rioja, adonde nos instalaríamos a su regreso. Yo ya estaba allí esperándolo y pronto vendrían mamá y mi hermano.

El clima benéfico de La Rioja haría bien a mi incipiente asma y a papá, claro, pero la brújula del destino nos regresó a Mendoza, tierra a la que todos amábamos, a la que él le cantó agradecido y donde abrió su primera Escuela de Guitarra.

Armando Tejada Gómez

Nuestra casa era visitada por importantes figuras de la cultura, entre los que recuerdo a Juan Draghi Lucero y Armando Tejada Gómez. Con este último mantuvieron siempre una amistad entrañable y una profunda admiración mutua. Recuerdo que Tejada Gómez amaba Adiós ayer, una zamba que papá compuso en Mendoza por aquellos años y que tiempo después mi “tío” Armando me haría cantar en algunos espectáculos que compartimos en La Plata, Rosario y, muchos, en Buenos Aires.

Solía llegar, también, Félix Dardo Palorma, a quien papá le produjo un disco, que estaba compartido con la cantante santiagueña Suray. Palorma de un lado y Suray del otro. A su sello lo llamó Alborada y grabó también él un par de discos, convirtiéndose en un pionero, en los años 60, de lo que luego serían las producciones independientes. Ya el país le cantaba sus obras, ya había entrado con sus canciones en el corazón del pueblo.

 

Luchador infatigable

Papá no renunció nunca a su sueño de caminos. Fue un viajero permanente, un conocedor profundo de costumbres y tradiciones argentinas y poseía el talento de componer obras con el aire y la esencia de cada lugar donde vivió.

Posiblemente esto determinó confusiones con su origen. En Cuyo lo sintieron cuyano, algunos lo creyeron riojano y en Jujuy lo adoptaron como propio, tal vez por El quiaqueño o por su cueca A Santa Catalina, considerada el himno de aquella localidad fronteriza con Bolivia.

 

Actuando bajo el parral en su peña de Mendoza.

En la década del 60, Argentina conoció y cantó su zamba Guitarra trasnochada, compuesta en Chile. Le siguieron a esta obra dos éxitos notables: el bailecito El quiaqueño y la zamba La dejé partir.

Más tarde, abrió un local de espectáculos en Guaymallén, Mendoza, un espacio para la música nativa que se llamó El Rancho de Arsenio Aguirre, en un caserón criollo cuyo escenario, que él hizo ubicar debajo de un bellísimo parral, fue inaugurado por el inigualable dúo Arbós – Narváez.

Dúo Arbós Narváez

Desfilaron por esa peña muchas e importantes figuras del canto criollo, fueron muchos los amigos que compartieron la guitarra, el canto y el vino bebido siempre con alegría y moderación, como le gustaba a mi padre. Solía decirme al respecto: “Hay que prestigiar a nuestro canto con una conducta intachable. No es de buen artista perderse por los senderos del vino, hay que dignificar este oficio, esta cosa tan bella del cantar nativo porque ya fue bastante despreciado en otros años oscuros. Tenemos que enaltecerlo y cuidarlo como a un niño recién nacido”.

Recuerdo que, la noche de la inauguración, ese Rancho fue celebrado con una serenata que nos dieron los muchachos del tradicional conjunto mendocino Ecos del Ande, dueños también de una peña muy prestigiosa, La tranquera. Tuvieron el gesto que, en mi opinión, es casi exclusivo de la región de Cuyo: cerraron su negocio para darle una serenata de bienvenida al negocio de mi padre. Fue conmovedor y nunca terminamos de agradecer del todo ese regalo lleno de cariño.

También nos visitó allí Atahualpa Yupanqui, para nuestra sorpresa, ya que no le gustaban mucho ese tipo de lugares muy concurridos y normalmente nos visitaba en casa cada vez que llegaba por Mendoza. Lo unía a Blanquita, como siempre le dijo a mi madre, una amistad desde que ella era niña, cuando él integraba junto a su compañero Gandino y a mis tías María y Delia, el cuarteto Los indios (Ellas fueron la original formación del dúo Las Hermanas Chazarreta).

Pasado un tiempo, sus ansias andariegas lo llevaron hasta la Patagonia y en Comodoro Rivadavia repitió con otro Rancho la experiencia, aunque esta vez “su peña” funcionaba dentro de un Club de esta ciudad.

Cuando los vientos del sur lo regresaron a Rosario, abrió por tercera vez y con el mismo propósito El Rancho de Arsenio Aguirre en una casona de Avenida Corrientes, casi Pellegrini, con comidas típicas, que hábilmente preparaban mi madre y mi tía María Cores Argañarás Chazarreta, la que fuera primera voz de Las Hermanas Chazarreta en su primera formación y la que, al ausentarse del dúo, dejó a mi madre en su lugar. Había buena música nacional y en este Rancho dio trabajo, como antes en Mendoza, a los artistas locales y a las primeras figuras que llegaban desde Buenos Aires.

 

Soltando coplas

Papá decidió “volar” nuevamente y se fue a Europa. “Me voy una vez más auspiciado por mi propio entusiasmo”, como solía decir. En aquel continente ganó muchos amigos, se sorprendió escuchando El quiaqueño y su cueca Chicha chola interpretados por instrumentistas alemanes en París y encontró grabaciones de sus obras que no imaginaba. Compuso allá muchas canciones y volvió rico de experiencias. Trajo también distinciones por su prolifera obra de autor y compositor y por la magia de su estilo guitarrístico.

Cuando volvió de Europa pudo cumplir aquel ansiado sueño y se radicó en La Rioja buscando el mejor clima para su cada vez más quebrantada salud y para su espíritu tan sensible a los acentos y cantares nativos.

Tito Francia

Verdaderamente, se sintió dichoso de vivir en esa amada tierra y le cantó en varias obras. Cuando yo elogiaba alguna de esas canciones él me decía, fingiendo orgullo: “Nosotros los riojanos somos así”. A fines del año 2003, en La peña del Colorado, en Buenos Aires, asistiendo a un recital del gran Pancho Cabral, me encontré con Jorge Peña, un cantor riojano, quien en esos años en que papá vivía en La Rioja, fue a Mendoza a conocer a Tito Francia. El guitarrista notable lo recibió gentilmente y cuando supo que Peña venía desde la tierra del Chacho Peñaloza, le dijo: “Por favor, le pido, dele mis saludos al Maestro Arsenio Aguirre, que es mi amigo, a quien admiro y a quien no olvido.” Jorge Peña quedó muy impresionado por las palabras con las que Tito Francia se refirió a mi padre.                  

Tenía un permanente buen humor y una frondosa imaginación que liberaba de mil maneras: escribiendo cuentos, dibujando, pintando cuadros que lo revelan perfeccionista o improvisando en décimas que, a veces, empezaban con cierto vuelo pero que terminaban invariablemente yéndose por caminos insólitos y divertidos.

Era su aspecto el de un hombre elegante, siempre vestía muy formalmente, con traje y corbata y, cuando logró aceptar la ropa más informal, mantenía la misma elegancia de siempre. Su cabello lacio estaba permanentemente bien peinado y sus zapatos brillaban eternamente.

Al respecto viene a cuento una anécdota simpática. Estando Horacio Guarany en España, posiblemente en Bilbao, se presentó en un lugar de espectáculos donde los dueños enseguida comenzaron a charlar sobre los artistas argentinos del folklore que por allí habían pasado. De repente, uno de ellos le preguntó: “Dígame, nosotros conocimos y tuvimos aquí a un compatriota suyo, un gran artista que tocaba maravillosamente la guitarra y decía bellas cosas, componía hermosuras, hombre de gran calidad y siempre lo tenemos presente, sólo que se me ha escapado su nombre porque no hemos sabido nada de él desde hace años. ¿Sabrá usted dónde está?” Guarany le dijo, entonces: “No sé, amigo, en mi país hay muchos intérpretes con esas características, deme algún otro dato a ver si puedo ubicarlo.” Y el español: “Lo que puedo agregar, a todo lo que le dije, es que siempre llevaba los zapatos muy bien lustrados.” “¡Ah, ya sé, Arsenio Aguirre, no puede ser otro!”, le respondió Horacio y entonces, poco tiempo después, lo llamó a La Rioja para contarle esto y hacerle saber cómo lo recordaban en España, todavía. 

Un día decidió estudiar dibujo humorístico por correspondencia e hizo el curso completo con el mismo entusiasmo con el que había estudiado antes Esperanto, idioma en el que creía profundamente, pero como no le gustaba estudiar solo, “obligaba” cariñosamente a estudiar con él a mi prima Ible Amanda Cores, la Chovita. Ambos cantaban, recitaban y ejercitaban juntos sus clases en esperanto, divertidos y entusiasmados. Un detalle: en la intimidad de la familia, cantaba Guitarra trasnochada traducida a esta lengua universal. Le encantaba crear pequeñas tiras de humor para divertirnos y en sus cartas solía enviarme algunas de estas creaciones. El niño sin juegos del pasado le surgía con frecuencia.

Costará creer, para quien no lo conoció, que el autor de Horizonte de Octubre, Historial de la zamba, Por esas cosas, Romance a la guitarra argentina, Ni en mis sueños y tantas otras bellísimas obras, sea  este personaje pleno de absurdos y  de frases ingeniosas como su famoso: “¡Qué escasez de abundancia…!”, cuando las economías estaban en baja, o su no menos famoso saludo: “Aquí estoy, contento de haber nacido…” el que muchos amigos han incorporado y que fue lo primero que me dijo Jorge Fandermole al recordarlo en una charla afectuosa, porque este gran artista tuvo ocasión de compartir muchos momentos con él en la última etapa de mi padre en Rosario. También me decía Horacio Quiroga Mora: “Me acuerdo cuando lo saludaba: ¿Qué tal Arsenio… cómo anda? y él contestaba, sonriente: «Felizmente mal».

Escribió canciones dedicadas a sus amigos artistas especialmente queridos por él. La cueca Ñañito mío para Jaime Torres; la zamba Margarita en La Rioja, recordando a Margarita Palacios; la milonga Postal a Yupanqui; el gato instrumental Compadre Viñas, devolviendo la atención al autor e intérprete mendocino Jorge Viñas quien le dedicara Un gato pa’ Don Arsenio; Bailecito del Ángel  para el músico y cantor riojano Ángel Asís;  la inconclusa zamba dedicada a Horacio Quiroga Mora; el poema Hermano tonadero para Armando Tejada Gómez, y la mención a Luis Acosta García en la milonga Romance a la guitarra argentina. En esta misma obra también recuerda al gran Abel Fleury, así como en otra de sus milongas que tituló Aquel estilo pampeano. Escribió muchas canciones y versos inspirados en amigos entrañables, “artistas del camino”, como gustaba definirlos.

Su obra de autor y compositor es tan rica, tan amplia, que ha creado un “siempre” en el corazón y el repertorio de muchos intérpretes, más allá de sus grandes éxitos que el pueblo no ha olvidado.

Además, Horacio y Pica Juárez fueron invitados por papá a grabar junto a Roque Mercado y Lucho Espinosa, para lo cual viajaron los cuatro guitarristas riojanos a Mendoza, a los estudios Zanessi, llevando ya los arreglos que papá hizo para ellos. Fue éste el último trabajo discográfico de Arsenio, el que también contó con la participación y arreglos de Tito Francia y sus guitarras en un tema. Sergio Galleguillo también ha sido su alumno y lo recuerda con tanto cariño, por mencionar sólo dos nombres de grandes artistas riojanos continuadores del camino que, de algún modo, él les señaló.

Yo he querido revelar ese costado insospechado de su personalidad, que conocemos bien familiares y amigos íntimos, porque todos lloramos con su dolor y sus canciones, del mismo modo que reímos recordando sus increíbles ocurrencias. Además, ha coincidido toda la familia en mostrarlo tal cual fue. Un ser diferente, extremadamente sensible, “loco”, atormentado, con una gran capacidad para reírse de sí mismo y de sus contratiempos. Y, a cualquier buen observador, no se le escapará que alguno de los protagonistas de sus cuentos es él mismo. Orlando Miño, el gran artista entrerriano, que lo conoció, lo quiso mucho y quien no podía creer que papá considerara un hallazgo su triunfo “Noticias de mi corazón” que ya integraba mi repertorio, Orlando, digo, guardaba algunos de esos cuentos cuando, en vida de Arsenio, yo ya comenzaba a reunirlos. Papá lo reprendía: “Pero paisano, si usted  viene a pedirle a mi hija una copia de mis cuentos, ¿cómo voy a venderle yo mi libro cuando esté editado?” Y Orlando: “Se lo voy a comprar lo mismo, Arsenio, no hay cuidado.” Precisamente, Orlando me decía: “En este cuento el protagonista es él, en este otro también, lo veo clarísimo”. Y disfrutaba como pocos de esos relatos insólitos.

Todavía me parece escuchar a mi abuela diciéndole: “Coco, hijo, no seas tan loco…” O puedo verla lagrimear al escucharle un estilo. Él era el hijo, el hermano, el tío, el familiar más respetado, el más mimado y era todo eso: llanto y risa. Así se integra su totalidad.

 

 

Volviendo al pago

Desde los años 70, ya divorciado de mamá, compartió la vida con Ibanoa Natividad Basualdo, con quien se casó en 1989.

Desde los años ‘80 sentía disminuir su capacidad guitarrística por una artrosis que le fue quitando libertad a los dedos, especialmente al índice de la mano derecha. Eso provocó en él una profunda tristeza, lo intentó todo para su recuperación, sin éxito y se sintió como derrotado, porque la guitarra fue para él como la prolongación de su propio cuerpo y de su propia alma. Lo dice en su Milonga “Romance a la guitarra argentina”: Yo no soy nada sin vos/ pero con vos, no hay fronteras.

Y así comenzó a sentirse; nada.

La última etapa de su creación la dedicó enteramente a la ciudad de Rosario adonde, después de andar el mundo, regresó para quedarse.

Artista profundamente querido en la gran familia folklórica, dueño de un hondo sentido americanista y consecuente defensor de las culturas aborígenes, ha merecido ser incluido entre los compositores argentinos que integran el Diccionario de la Música Española e Hispanoamericana, de la Sociedad General de Autores de España con apoyo del Ministerio de Cultura de ese país, el que por fines de los años 80 y comienzos de los 90, se estaba preparando con motivo del Quinto Centenario.

También integra el Diccionario Enciclopédico de las Artes en Mendoza. Siglo XX, auspiciado por el Gobierno de Mendoza, Ministerio de Cultura, Ciencia y Tecnología; de El Diccionario Biográfico de la música argentina de raíz folklórica de Emilio Portorrico así como el Anuario de la música argentina de raíz folklórica. Y Eso que llamamos folklore del mismo autor. El Diccionario del Quehacer Folklórico Argentino (Intérpretes, Compositores, Autores, Bailarines, Recitadores, Investigadores, Difusores y Mecenas) de Héctor García Martínez e Ismael Russo, junto a otros trabajos que notables investigadores están realizando para futuras publicaciones.

Su labor como profesor en el Centro Polivalente de Arte Estanislao Guzmán Loza de La Rioja, según testimonio de sus jóvenes alumnos, personal docente y autoridades, ha sido de gran importancia en lo pedagógico y en lo afectivo, lo que le ha valido un gratísimo reconocimiento. La sala donde daba sus clases se llama, ahora, «ARSENIO AGUIRRE».                          

Papá, el Coco, el Coquito para la familia, cuyo nombre completo era Arsenio Ismael Aguirre Aranda, a los 67 años de edad falleció en Rosario, a las tres de la tarde del 18 de Octubre de 1990.

 

Una de las últimas imágenes del Maestro

 



* PERLA ARGENTINA AGUIRRE
: Destacada intérprete, autora y compositora de música criolla. Nació en Rosario pero de muy niña y hasta su adolescencia, vivió en Mendoza. Escritora e investigadora ha desarrollado una vasta actividad como guionista de programas y publicaciones que revalorizan el acervo cultural nacional. Por su labor ha recibido numerosos premios y distinciones.


 

 

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