La Melesca

EL CABALLERO DE LA TRADICIÓN

RECORDANDO A HILARIO CUADROS

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«…Sombras de Guaymallén, anochecidas

en las acequias su dolor sollozan,

mientras nombran los criollos de Mendoza 

al que pasó cantando por la vida”

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Ésas fueron las palabras de Atahualpa Yupanqui el día del fallecimiento de Hilario Cuadros. Aquí un repaso de su obra que logró trascender las fronteras de nuestro país, conquistando multitudes.  

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por GREGORIO TORCETTA *

Nació en Mendoza, el 23 de diciembre de 1902, en una casa de la Calle Larga, en la zona de la Media Luna, actual distrito de Pedro Molina en el departamento de Guaymallén.

Era hijo de Anselmo Cuadros, de origen chileno, dueño de un almacén de ramos generales, y de la mendocina Carlota Romero. Ambos cultivaban el gusto por el canto y la música, por lo tanto Hilario tuvo ejemplo y formación musical prácticamente desde su infancia.
Su padre era cantor y Ministro Plenipotenciario de Chile en Argentina. Era propietario de «La barraca de Don Anselmo», ubicada en la Calle Larga, donde se vendían velas, cueros y jabones, una industria muy desarrollada en la época. Su madre cantaba a dúo con su hermana Magdalena, el repertorio tradicional. Sus abuelos también eran cantores. En ese marco familiar formó su primer dúo con su hermano Juan Guillermo ya en su adolescencia.

La gran barraca de saladero de cueros y fábrica de jabón del padre de Hilario, se llamaba “La media luna”, nombre que heredó de aquel barrio; «barrio de no muy buenos modales…” según la memoria de los viejos y la indiscreción de las crónicas de antaño. Esa zona fue un pedazo mendocino de alcurnia nativa, de tierra india sin pretensiones, habitada por gauchos serenateros y orgullosos.

Aproximadamente a los tres años, sus padres dejan la casa de la Calle Larga y su familia se traslada a San José, en el mismo departamento, a una casona de la calle Cañadita Alegre 42.

“Allí aprendí, junto a mi padre, que era un fervoroso seguidor de la música y danzas nativas, a dar los primeros rasguidos  en la guitarra…” contaría don Hilario, años más tarde.

Saliendo apenas de la adolescencia, Hilario comenzó a familiarizarse con el arte de las cuerdas bajo la tutela de don Wenceslao Quiroga, el peluquero del barrio, que fue su amigo y su primer maestro.
Con su hermano Juan Guillermo “en esas noches claras de luna“ se inició como serenatero en aquellas andanzas que se prolongaban hasta el amanecer.

Su juventud

El dúo de hermanos interpretaba música popular cuyana. En esa época comienzan a llamarlo «El chileno”. Este apodo le venía, según cuenta su familia, con motivo de una broma que le hizo su padre a sus hermanos mayores, ya que Hilario nació justo el día en que su padre, que viajaba muy a menudo a Chile, regresaba de uno de sus viajes. Los hijos habían ido a esperarlo a la estación y le preguntaban qué regalos les había traído y él les respondió que esta vez traía un chilenito en sus valijas, aludiendo al recién nacido a quien se aprestaba a conocer.

Dúo Cuadros Morales

A mediados de la década de 1920 conoció al músico sanjuanino Domingo Morales, con quien conformó el dúo Cuadros – Morales.

“Su guitarra alumbró de acordes los barrios más pobres del arrabal de la ciudad y dijo las cosas del entendimiento de ayer y de hoy del pueblo común de esta tierra, como si fuera un historiador melódico de las epopeyas de la gente humilde. Consiguió la comunicación con esa gente porque lo suyo prendía y el pueblo lo cantaba”.

Él componía las melodías y escribía casi siempre las letras desempolvando el lenguaje musical mendocino a través de cuecas, gatos, valsecitos, tonadas, pregones y aires serranos. Más de un centenar de letras suyas fueron a sumarse a los versos de sus poetas preferidos como Bufano, Tudela, Quintanilla y Frantantoni.

“Fue cantor de guitarra -como él mismo decía- con el respeto y orgullo por el instrumento que había elegido…” Allá por 1926, con el sanjuanino Domingo Morales, comenzará la trayectoria de  sembrar canciones y cosechar amigos entrañables.

Los primeros temas suyos

En 1928 constituye su conjunto de arte nativista integrado por Domingo Morales, Alberto Quini y Roberto Puccio, cantando a dúo indistintamente con Morales o Quini, quienes también lo hacían como solistas. Ese año Hilario da a conocer su primera composición: “Mi terruño”, un aire de zamba. Le seguirán los valses criollos “Mujer ingrata” y “Flor de Guaymallén”.

El cuarteto en poco tiempo despertó la admiración de cuantos lo escuchaban. Eran  requeridos en diferentes lugares de la provincia y  así iniciaron sus giras a los departamentos hasta lograr importantes presentaciones en cines y teatros de la capital mendocina. Hilario Cuadros y su conjunto se habían vuelto indispensables para convocar público que colmaba salas o cualquier sitio donde actuaran.

Así fue como en oportunidad de un gran festival benéfico al que habían sido especialmente invitados, cuando el grupo se presenta en el lugar, un periodista del diario “La Libertad”, que en ese momento oficiaba de animador,  los recibió diciendo en forma espontánea: “Apéense con confianza aparceros. Apéense trovadores de Cuyo…” A Hilario le impactó la expresión y así bautizó al conjunto “Los Trovadores de Cuyo”, una leyenda que vive entre los argentinos.

Las candilejas porteñas

Corría el año 1929 y las luces porteñas lo tentaron. A pesar de la indiferencia de los empresarios, que apoyaban todo lo extranjero, tienen éxito con el público.
Tuvo un auspicioso debut en el Gran Cine Florida, una de las salas más elegantes de Buenos Aires en esos años. Comenzaron batiendo récords de grabación en el sello Columbia con su primera composición, la zamba “Mi terruño”.

Audiciones radiales y presentaciones en salas teatrales generaron importantes contratos para los artistas cuyanos, que  compartían su nivel artístico con otros grandes artistas del momento como Manuel Acosta Villafañe, Buenaventura Luna y el intérprete y compositor de origen paraguayo, Félix Pérez Cardozo, con quien compusieron y tocaron juntos, incorporando en sus interpretaciones instrumentos muy disímiles en su origen como el arpa paraguaya y el requinto cuyano, muy poco conocido incluso en el ambiente folclórico argentino.

Pasaron por sus filas numerosos artistas, muchos de ellos de Buenos Aires.
 Entre las voces de la ciudad que eligió Cuadros, está el cantante de tango Luciano Senra con quien grabó alrededor de ciento cincuenta títulos.
 Quini se desvincula del grupo. Pero, aunque ‘Los sesenta granaderos’ ya se silbaba en las calles de la capital, tuvo que regresar a la Cañadita Alegre, donde permaneció por cuatro años.

El éxito lo acompañó permanentemente hasta la aparición del cine sonoro, que dejó sin trabajo a más de diez mil personas que venían actuando en las diferentes salas que se volcaron de lleno a la exhibición de películas sonoras, prescindiendo de los números en vivo.

Gira por las provincias

Cuadros rehace filas y emprende una gira por varias provincias andinas, con gran éxito. Así comenzaron las giras por el interior del país: provincia de Buenos Aires, Córdoba, San Luis, San Juan y Mendoza, que se rindieron a su arte, rescatándolos del duro trance de la desocupación. Algunos de sus amigos, también comprometidos con la difusión del  cancionero cuyano, fueron Félix Dardo Palorma, Carlos Montbrun Ocampo, Alfredo Alfonso, José Zabala, y Rafael Arancibia Laborda.

Cuadros compuso e interpretó, además, obras de otros estilos folclóricos e incluso de estilos tradicionales de otros países latinoamericanos, como “pasillos colombianos”, “bambucos” o “cieguitos”. A lo largo de más de dos décadas el grupo recorrió toda la Argentina, Chile, Perú y Ecuador. En Colombia, aún hoy son muy populares sus obras, a pesar de que, físicamente, Los Trovadores de Cuyo con Hilario Cuadros no llegaron a visitar ese país.

La temática principal de las canciones más conocidas de Hilario Cuadros (y los Trovadores de Cuyo, grupo que dirigió y en el que participó desde su formación hasta su deceso), se inclinaba a rescatar los valores históricos como la Gesta Sanmartiniana, temas religiosos populares, amorosos y de costumbres y paisajes cuyanos.

Regreso a la capital

Este triunfo los anima a tentar de nuevo la aventura en Buenos Aires. Ahora, con el viejo compañero Morales, con Luciano Senra, con quien grabó alrededor de ciento cincuenta títulos, José Herrero, Benjamín Miranda y Carlos Galán.
 Ya en la capital, Gregorio Chavarría los contrata para presentarse en Radio Fénix.
Entre sus voces estuvieron, aparte del mencionado Senra, Juan Cisneros -con el que grabó cerca de ochenta títulos- César Torelli  y  Félix Blanco. También pasaron por los Trovadores de Cuyo los cuyanos Tomás Lucero, Clemente Canciello y el nombrado Domingo Morales.

Armonizaban a dos voces, haciendo don Hilario la segunda voz. En algunas canciones también cantaban a tres voces.  Usaban tres guitarras –primera, segunda y octava– o dos guitarras y un requinto.
 En algunas oportunidades contó con guitarristas de extracción tanguera como José Rivero o Antonio Luzzi. También fueron guitarristas del grupo Alfredo Alfonso, José Zabala, Benjamín Miranda, José Herrero, Marucho Ortiz Araya, Chavarría, Estrella, Lino Zeballos y Cansino Zeballos,  Martín Herrera, Julio y Luciano “Chango” Arce, José María Hoyos, Remberto Narváez, Rafael del Pino, Tito Francia, Ángel Honorato, Santiago Bértiz, David Caballero, Pedro Sorini, Domingo Lainez y hasta tocó Atahualpa Yupanqui en algunas grabaciones, entre otros.

Conflicto con Radio Belgrano

En cuanto a la actuación en radio de Los Trovadores de Cuyo, se sabe que hubo una conflictiva contratación del conjunto en Radio Belgrano. Parece que las relaciones entre Don Hilario y Jaime Yankelevich, el director de la emisora por aquel entonces,  no eran del todo cordiales.

Sin embargo, merced a los buenos oficios de Don Rubén Emilio Segura, finalmente Los Trovadores de Cuyo son contratados nuevamente en 1951. Ellos ya habían actuado, tanto en esa como en otras, pero debido al entredicho suscitado entre el director de la radio y el músico, estuvieron 14 años sin actuar en esa emisora, a la que finalmente regresaron, como decíamos antes, en 1951, en un programa denominado «Bajo un Parral Cuyano».

La conducción estaba a cargo de Rubén Emilio Segura, un baluarte de la cuyanía. Este fue, en definitiva, el último ciclo que hicieron los Trovadores de Cuyo ya que, en el año 1956, vuelven a ser contratados por Radio Belgrano para iniciar un nuevo ciclo de «Bajo un Parral Cuyano», pero lamentablemente, el debut sería el día 10 de diciembre de 1956, sin su director, quien había fallecido dos días antes, el mismo día en que sepultaban a su amigo, Manuel Acosta Villafañe.

Cuando murió, el 8 de diciembre de 1956, en el aire por Radio El Mundo se escuchó: 

“Se ha cortado el bordón de su guitarra

cuando la paz del alma florecía.

Cuando muere un cantor la tierra mía

una canción junto al dolor amarra.

 

Sombras de Guaymallén, anochecidas

en las acequias su dolor sollozan,

mientras nombran los criollos de Mendoza

al que pasó cantando por la vida.

 

Le dictaba la Patria cada verso

con la palabra simple del labriego,

por Cuyo fue su brindis y su ruego

y la nostalgia azul de su universo.

 

Adiós Hilario Cuadros compañero

de guitarra y tonada y luna llena,

que pequeño consuelo y cuanta pena

ha de tener la voz de los troveros.

 

Se ha cortado el bordón de su guitarra

cuando la paz del alma florecía.

Cuando muere un cantor la tierra mía

una canción junto al dolor amarra.«

 

(despedida de don Atahualpa Yupanqui).


gregorio-torcettabyn* GREGORIO V. TORCETTA: Escritor, periodista, poeta y autor mendocino. Escribió sobre artes y espectáculos en los diarios “Mendoza”, “Los Andes” y “MDZ” de Mendoza. Colaboró con la revista “Folklore” de Buenos Aires. Autor de canciones y publicó los poemarios “Un poco de mí” y “El canto vano”. La cantata sinfónica “Los duendes del agua y la piedra” y el poema coral “Mendoza, cantata fundacional” llevan su poesía. Es uno de los fundadores de la revista digital “La Melesca” historias de Cuyo.

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