La Melesca

LA TRAGEDIA DE LOS ARRIEROS 

 

El 29 de enero de 1929, un grupo de hombres que intentaba cruzar la Cordillera de los Andes por  la zona de Tunuyán fue sorprendido en mitad del viaje por una violentísima tormenta de viento y nieve. La montaña los devoró. Recordamos aquí la tragedia de los arrieros.

 

Camino de Tunuyán

con grave paso de entierro

dieciséis mulas serranas

llegaron solas al pueblo.

                                                       Alfredo R. Bufano

 

Apuntes históricos de los arreos

En Mendoza, como en otras provincias que limitan con Chile, existían grandes áreas cultivadas con pasturas destinadas al engorde del ganado bovino que, desde la pampa húmeda, el litoral, Córdoba y San Luis, llegaba para ser comercializado en el vecino país. El traslado de ganado en pie por los pasos cordilleranos se practicaba desde el siglo XVIII, a pesar de los peligros que la actividad conllevaba.

 

 

El Paso de El Portillo, en el Departamento de Tunuyán, ya era conocido por exploradores en el año 1.802, tanto así que fue utilizado por el Ejército del Gral. José de San Martín en su campaña libertadora. Ofrecía claras ventajas en comparación con el paso Las Cuevas porque las montañas son de menor altura en ambos lados cordilleranos sumado a que Santiago de Chile, en distancia, queda mucho más cerca del Valle de Uco que de la ciudad de Mendoza. En ambos pasos coincidía la abrupta geografía que, en esa época, no admitía la circulación de vehículos con eje y ruedas, siendo transitables solo para hombres y animales a pie.

La llegada del tren en 1985 y la inauguración del túnel ferroviario Cristo Redentor en 1910, produjo notables cambios para muchos mendocinos que se dedicaban al arreo de ganado. Contribuyó también que este novedoso medio de transporte enlazara a Mendoza con los grandes mercados del interior argentino y muchos de los campos dedicados al cultivo de alfalfa fueron trocando en plantaciones de vid con un aumento considerable de la producción vitivinícola.

 

Testigos de la tragedia

Rufina BritosA principios del nuevo milenio, aún estaban vivos algunos familiares directos de las víctimas. Tal es el caso de Rufina Britos, residente en la ciudad de Tunuyán, señora octogenaria hermana de una de las víctimas: Ramón Britos quien, con profunda tristeza, recuerda detalles de la tragedia. Cuando sucedió ella solo tenía diez años, ocho años menos que su hermano que tomó la decisión de unirse a la tropa desoyendo los consejos familiares. El padre insistía: “la Cordillera es brava y se enoja cuando ve mucha gente”. El joven minimizaba la situación alegando que iba con personas que conocían el trabajo. Así partió para regresar, sin vida, veinticinco años después. 

 

Otro testimonio fue el de Raymundo Martínez, nacido en 1907 en la localidad de La Consulta (San Carlos). Se desempeñaba como arriero de la tropa que salió rumbo a Mendoza horas después de la que sufrió el triste desenlace. Eran doce hombres bajo las ordenes del capataz Vicente Ríos. El dueño de la hacienda, Darío Videla, había cruzado con ellos pero se había quedado en Chile. 

 

 

Luego de entregar la hacienda, el lunes 28 de enero de 1929, ambos grupos coincidieron en el retorno a Tunuyán desde la localidad cordillerana de San Gabriel, en el Cajón del Maipo (Chile). Tomó la delantera la tropa siniestrada que había entregado un arreo de 1.500 vacunos comprados por la Caja de Crédito Agrario de Chile. El grupo trabajaba para Clodomiro Silva y estaba comandado por el capataz Cornelio Ríos. La constituían veintitrés hombres. En realidad eran dos tropas juntas, porque generalmente cada una empleaba alrededor de doce arrieros. 

Llegan al Valle del Yeso -hoy Embalse del Yeso- el mismo día a la tarde y se alojan en la entrada del mismo. El día 29, a las ocho de la mañana ya estaban montados para encarar la subida al Paso de los Piuquenes, cuando de golpe se oscureció el cielo por una sorpresiva tormenta de viento y nieve, pero igualmente emprendieron el viaje. 

A poco de marchar se retrasó el macero -el encargado de hacer la comida- y unos arrieros se quedaron para ayudarlo. Retrasados cruzaron el río Yeso y avanzaron dejando que las mulas los guiaran porque no veían ni las orejas del animal. Como el viento soplaba de atrás y los empujaba, pudieron alcanzar a la tropa en el Rodeo de las Yeguas, siguiendo con ellos hasta el refugio de Los Piuquenes, ubicado justo en el límite internacional en una barranca cavada en una vuelta del río. Allí la tormenta se levanto y aclaró un poco.

Cornelio Ríos quería seguir pero uno de los arrieros, Luis Gómez, en representación de una parte del grupo, le manifestó que se negaban a partir y, si el tiempo no se componía, se volverían. Luego de unas horas y como el temporal no amainaba algunos regresan hasta un lugar llamado Casa de Piedra distante cinco kilómetros. Con mucho sacrificio avanzaban escasos metros porque el viento era tan fuerte que los hacía retroceder, pero allí encontraron leña y espacio suficiente para resguardarse con los animales y pernoctar. La decisión que tomaron les salvó la vida. 

El día 30 los alcanzan los arrieros de Martínez y deciden intentar el cruce juntos. Llegan al refugio de Los Piuquenes alrededor de las diez de la mañana y allí encontraron a cinco arrieros de la tropa que los precedía. Estos también habían regresado la tarde anterior y pasaron la noche en ese sitio, al que llegaron milagrosamente prendidos de la cola de un caballo de tiro. Ellos fueron los que alertaron sobre los serios riesgos que podrían estar sufriendo los que siguieron, si es que no habían muerto.

El capataz de la tropa recién llegada, Raymundo Martínez, consideró muy peligroso intentar ayudarlos en ese momento y se opuso, pero nuevamente el arriero Luis Gómez manifestó “de aquí no se mueve nadie si no vamos auxiliarlos”; decisión apoyada por casi la totalidad de sus compañeros. 

Cerca del mediodía, encuentran al chileno Zamora que volvía a pie. Venía descalzo pues había perdido el calzado y no sentía las piernas desde la rodillas hacia abajo. Su aspecto era lastimoso. Había perdido una alpargata, la otra estaba empapada y no llevaba medias. Cruz, integrante de la tropa que llegó en ayuda, arrodillado en el suelo le sacó la alpargata que le quedaba, tomó nieve y le frotó enérgicamente los pies. Al cabo de un rato la piel comenzó a cambiar la tonalidad azul morada por el rosado natural. Por su parte, Don Melitón le daba tragos de pisco y guascazos en las piernas para que recobrara la circulación sanguínea. La técnica continuó por el cuerpo dándole cinco chicotazos en el lomo por un trago de pisco. Cuando el castigado arriero salió del sopor, dijo con voz entrecortada: “ta’ güeno patroncito, ya no me pegue más y no me de más pisco que me voy a poner en pedo”. Luego se desmayó. Eusebio Gómez se volvió con este arriero encima de una mula. 

Mientras esto sucedía, el resto llegó a Los Caracoles donde encuentran a doce cuerpos juntos y uno más en la senda. Cerca de ellos encontraron varias mulas acorraladas en la nieve, encerradas en un pozo de hielo hecho por ellas mismas. Avanzando con la nieve hasta el pecho lograron rescatarlas. También encontraron un macho cargado y una yegua madrina, pero habían muerto alrededor de cuarenta animales. 

Los doce desgraciados estaban arrodillados, abrazados, amontonados formando una rueda. En sus dramáticos últimos momentos, es posible que trataron de protegerse mutuamente e incluso elevar una oración. El otro, Pablo Norberto Méndez estaba muerto junto a su caballo en la senda. Sostenía en una mano el cabestro y con la otra agarraba el poncho que se lo había arrancado el viento. 

El destino quiso que esos trece hombres murieran pocos metros antes de subir la Loma de los Burros. Si hubieran podido avanzar solo cien metros se hubieran salvado protegidos del viento en un recodo de la montaña, precisamente en el lugar donde se salvaron las mulas. 

Según contó el chileno Zamora, los arrieros murieron el día martes 29 antes del medio día (aunque otras versiones indican que fue el 30). Zamora y el capataz Cornelio Ríos pasaron la noche del veintinueve protegidos del chiflón del viento en un recodo, un trecho mas adelante de los trece infortunados arrieros, cubriéndose con un poncho. Zamora, a duras penas pudo regresar a pie pero Ríos no tuvo la misma suerte, quedando su cuerpo del lado argentino. 

Al otro día en el cañadón encontraron una mula grandota que había encarado por la nieve, no se le veía nada más que el cogote. Así avanzaron, le siguieron las otras mulas y ellos también. Llegaron con la mulada al real de la bajada del Portillo y dieron la novedad, comieron algo, y todos regresaron hasta el real de don Gabino, a unos diez kilómetros. Luego, al Valle del Yeso llegaron con el sol bien adentro. 

En ese lugar se encontraron los dueños de ambas tropas, Darío Videla y Clodomiro Silva, quienes al conocer los hechos se volvieron a San Gabriel, acompañando a los seis sobrevivientes y para informar a las autoridades. 

El día 31 esperaron todo el día pero nadie apareció. El día 1 de febrero a las ocho llegaron los carabineros. El temporal ya había pasado y los guiaron hasta donde estaban los cuerpos congelados. Coincidieron con la llegada de una comisión que venía de Argentina a cargo del comisario Eliseo Guiñazú y el baquiano Juan Corvalán. Discutieron los uniformados por el destino de los cadáveres y deciden llevarlos Chile. En una manta pusieron las pertenencias de los muertos a los que cargaron sobre mulas para bajarlos al Rodeo de la Yegua donde esperaba otra tropa de carabineros, quienes se hicieron cargo de su traslado al día siguiente. 

Don Raymundo Martínez y sus compañeros continuaron el retorno a Mendoza el 2 de febrero. Descansaron esa noche en El Palomar y llegaron a Los Sauces (Tunuyán) el día 3 a la tarde. 

 

Jinetes encargados de repatriar los restos. Foto Jorge Luis Méndez

 
La repatriación

El que fuera intendente municipal de Tunuyán en aquella época, Francisco Felipe Rosas, a pesar de los años, recordaba claramente los tristes sucesos de aquellos días, coincidiendo con los relatos anteriores. Además fue uno de los impulsores para concretar un cierre definitivo a la tragedia de los arrieros. En 1954, al cumplirse 25 años del luctuoso suceso, en Tunuyán se constituyó una Comisión con el fin de repatriar los restos de aquellos infortunados hombres.

Estuvo presidida por el propio Rosas junto a familiares de los fallecidos y otros caracterizados vecinos del departamento. Entre ellos estaba Salvador Oscar Domínguez, sobrino de Cornelio Ríos y ahijado de Clodomiro Silva; capataz y dueño del arreo respectivamente. Este vecino de la localidad de Los Sauces (Tunuyán), hizo las veces de baquiano y secretario del intendente en el viaje. La Comisión en pleno, a lomo de mula, se dirigió a San José del Maipo (Chile) en donde se cumplió una sencilla ceremonia con los sentidos discursos de rigor. 

El regreso demandó agotadoras jornadas trayendo los restos de los arrieros que venían reducidos en doce urnas. La travesía de la Cordillera se cumplió en tres etapas, la primera hasta el Valle de Yeso, la segunda hasta el refugio Real de la Cruz en el Valle de Tunuyán, y la tercera hasta la Villa cabecera del departamento. Durante el último tramo, la caravana debió detenerse en varias oportunidades para recibir el homenaje de gran cantidad de personas que exteriorizaban sus sentimientos de adhesión y respeto.

 

Llegada de los restos a Tunuyán – Foto: Jorge Luis Méndez

 

 

En Tunuyán, el jueves 8 de abril de 1954 esperaban a la comitiva el gobernador de Mendoza, doctor Carlos Evans, familiares de las víctimas y tres de los sobrevivientes de la tragedia. Ese día, los pobladores del Valle de Uco acudieron masivamente a dar su último adiós a los hijos de esa tierra, que a partir de ahí descansan en un humilde mausoleo construido por la Municipalidad a tal fin. 

 

Curiosidades detrás de la tragedia

Inicialmente surgieron distintas versiones respecto al hecho y a la cantidad de muertos producto de la precariedad en las comunicaciones. El diario «La Nación» de Buenos Aires informaba en su edición del martes 5 de febrero que los fallecidos eran trece. También circulaba la versión de un total de diecisiete aunque, posteriormente, testigos presenciales coincidían en la cifra de catorce.

Las urnas que se repatriaron en 1954 fueron doce y los restos de los infortunados arrieros estuvieron sepultados durante veinticinco años, en el Cementerio Parroquial de San José del Maipo. 

Parte de la confusión se habría producido porque los cadáveres quedaron en Chile y existían diferencias al no considerar a Modesto Méndez, por tratarse de un arriero de nacionalidad chilena, desconociéndose su lugar de residencia real.

Tiempo después se supo que el arriero Santiago Amaya junto con los maruchos (1) Felipe Airoldi y Claudio Vega habían sorteado la tormenta pasando a Mendoza, pero no avisaron su llegada y, en ambos países figuraban entre los desaparecidos. Por esta causa se pensó que eran diecisiete los fallecidos y quedó grabado en el consciente popular por un tema musical compuesto años después, siendo en realidad catorce los muertos.

 

 

Este doloroso acontecimiento con las imprecisiones respecto al número de víctimas, no fue ajeno al ambiente del arte y así quedó reflejado en la “Canción de los arrieros”, un triste serrano que alcanzó, especialmente en Cuyo, una importante difusión. Fue grabada en el Sello Odeón en Abril de 1936 (siete años después del desastre) por el conjunto Los Trovadores de Cuyo. El autor del tema, Hilario Cuadros, narró los hechos de acuerdo a la versión que le habría llegado con el número de “diecisiete” arrieros fallecidos. 

 

Los Trovadores de Cuyo

 

«Canción de los arrieros»

Tan ciego estoy al quererte, 

y es tan grande mi pasión,

que el breve rato que duermo, 

mis sueños contigo son,

si ay ay ay, tuyo es mi amor.

Ay, ay, ay; qué haré yo, 

si no me querís, velay,

me moriré por tu amor.

 

Recitado:

– Qué le parece amigazo?. 

– Medio tristón aparcero… 

– Es que esta canción, amigo, me recuerda los arrieros que al cruzar la cordillera todos, toditos murieron. Eran diecisiete arrieros, gauchos honrados y buenos; eran todos mendocinos, toditos eran de acero. Unos dejaron las madres, otros los hijos y abuelos, abandonando el hogar por cumplir con el arreo, y llegaron hasta la cumbre y en la cima e’ los cerros, los agarró un temporal de nieve, frío y de viento, sepultando horriblemente a los diecisiete arrieros, que por cumplir su misión, todos, toditos murieron. Pobre padres, pobres hijos, pobres hermanos y abuelos, que perdieron en la vida a quien les diera el sustento. Es por eso que estos gauchos, con un amor verdadero, le cantamos este triste a los diecisiete arrieros; una canción inspirada tal vez por nosotros mismo porque nos sentimos padres, hermanos, hijos y abuelos. A Dios pedimos clemencia y suplicamos al cielo, que le dé la bendición para esos gauchos tan buenos; bendición pa’ los que en vida, eran diecisiete arrieros.

 

Este es mi mayor ensueño,

este es mi mayor anhelo,

que sepan que soy Villegas,

uno de aquellos troperos,

esperando que Dios mande

pa’ dormir el sueño eterno

si ay ay ay, qué viejo estoy.

 Ay, ay, ay; qué haré yo,

si me agarra el temporal

digan que Dios me llamó.

 


 

Alfredo R. Bufano

 

También el poeta Alfredo R. Bufano, que evidentemente recibió otra versión del hecho, describe el desastre en el magnífico poema que transcribimos a continuación:

 

“Romance de los dieciséis arrieros”

Camino de Tunuyán

iban dieciséis arrieros.

Camino de Tunuyán,

claros valles y roquedos,

montañas de pesadilla,

verdes ríos, altos cielos

y olorosos jarillales

entre los aires de enero.

 

Por El Portillo venían

dieciséis hombres de hierro;

manos volcadas en bronce,

rostros tallados en cedro,

cardones hoscos las barbas,

ojos de bayas de enebro

en donde duerme el terruño

y copia leguas el tiempo.

 

Camino de Tunuyán,

botas, ponchos y chambergos,

pellones sobre pellones,

guardamontes crujideros,

mandiles verdes y rojos,

recias isangas y arreos,

las amplias oes del lazo

en una, ahorcada de un tiento;

la cruz del puñal asoma

de entre en cinto chirolero,

y pasan; tierra y color,

bronce, coraje y silencio,

camino de Tunuyán

los dieciséis remeseros.

 

Mes de verano corría.

Nunca tan límpido el cielo;

quietud de mármol soñaba

en el aire y en los cerros.

 

Más de pronto, los nublados

como fantasmas surgieron.

Negras sombras, negras rutas,

negros montes, aires negros.

Se abrieron los gritos rojos

las agrias fauces del viento,

por entre agudas picadas

y torvos desfiladeros.

 

Después la nieve, la nieve

con su blancura de espectro;

con su trágica blancura

de cal, de osario y de miedo,

llenó las quiebras sombrías,

cubrió los ásperos cerros.

Dios la acostó sobre el valle

como quien acuesta un muerto.

 

Los verdes ríos cerriles

entre copos se perdieron,

y los caminos del mundo

se cerraron bajo el cielo.

 

Mulas blancas, hombres blancos,

manos yertas, ojos ciegos.

 

Mes de verano era entonces,

pero cuerpo contra cuerpo

bajo la nieve dormían

los dieciséis remeseros;

dormían bajo la nieve

sueño mejor que otro sueño.

 

El cielo, roto en blancura,

se echó llorando sobre ellos.

La nieve les dio mortaja;

responso, el pálido viento.

 

Camino de Tunuyán

con grave paso de entierro,

dieciséis mulas serranas

llegaron solas al pueblo.

 


 

Frente a tantas imprecisiones se conoció una nómina con la filiación de cada uno de los integrantes de la tropa siniestrada. 

 

Fallecidos:

Cornelio Ríos (capataz), Arturo Sáez, Juan Ríos Bravo, Ramón Martínez, Ramón Britos Amaya, Pablo Méndez, Inés Corvalán Montes de Oca, Enrique Castillo, Roberto Gatica, Modesto Vega, Ramón Ríos, Pablo Ferto Bastías, Pedro Ramírez y Modesto Méndez (que no figuraba por ser chileno). 

Sobrevivientes:

Domingo Bustos, Francisco Ortubia, Luis Anzorena, Luis Gómez, Juan Coria, Luis Zamora, Santiago Amaya, Felipe Airoldi (marucho), Claudio Vega (marucho).

Los últimos tres lograron pasar a Mendoza pero no se reportaron a las autoridades por lo que, durante un tiempo, se los consideró desaparecidos. 

 


(1) MaruchoMozo que, montado en la marucha o yegua madrina, guía una tropilla de ganado caballar.

Ilustración de portada: Diario La Nación (Buenos Aires) - 2006

Fuentes: 

  • Heriberto Montiel

  • Historia de Tunuyán – Archivo Fotográfico Jorge Luis Méndez

  • Diario La Nación (Buenos Aires) Edición del 11/06/2016

  • Diario Uno – Suplemento Valle de Uco – Historias y perspectivas – Pablo Lacoste (compilador) – Noviembre 1996

  • Revista Dedal de Oro Nº 57 – Cajón del Maipo (Chile) – Junio 2011 – Humberto Calderón Flores

 

 

 

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